Máximo Thomsen: la historia no contada del condenado que más pegó en el asesinato de Fernando Báez Sosa

Nacional13/02/2023
maximo

A los 22 años, Máximo Thomsen es la encarnación del mal. Amenazó a Fernando Baez Sosa con un gesto en un boliche de Villa Gesell, le pegó patadas en la cabeza hasta matarlo y luego se fue a comer al Mc. Donald’s. Todo el país lo vio hacer eso. Quedó filmado, como en una película de terror. Durante el juicio, el silencio y su cara de témpano tampoco ayudaron. Ex presos se relamían en la tele pronosticando “qué le harían” a Thomsen en la cárcel una vez que fuera condenado por este hecho aberrante. Y nadie le creyó cuando ensayó un frío pedido de disculpas a los padres de Báez Sosa, en la última jornada de audiencias. “Y llora, llora, llora, Thomsen llora”, le cantaban a su familia en la puerta de los tribunales de Dolores.

El joven líder de los ocho rugbiers, fue uno de los acusados más comprometidos en el crimen de Fernando Báez Sosa por la cantidad de pruebas que pesan en su contra. Una zapatilla Cyclone manchada de sangre y su huella marcada en el rostro de Fernando fueron elementos inapelables para ser condenado con prisión perpetua.

Sin embargo, pese a que su nombre se consumió con horror como noticia obligada en todos los canales de TV durante el mes de enero, poco se sabe de su historia. En Zárate, su pueblo natal, personas que lo conocieron, entre amigos, vecinos y colegas del deporte hablaron con la prensa. La mayoría prefirió el anonimato porque, en pueblo chico, infierno grande, todavía el apellido Thomsen genera escozor.

En esta localidad de la provincia de Buenos Aires, a Thomsen se lo conocía como “Machu” y supo ganarse un lugar en los comentarios de vecindad: pintaba para crack. Máximo practicaba deportes desde muy pequeño, pero su pasión siempre estuvo puesta en el rugby. En el Club Arsenal Náutico, ubicado a unas 20 cuadras de su casa, se destacaba como uno de los mejores jugadores. Y ya en esa época los medios periodísticos locales se ocupaban de él proyectándolo como un futuro integrante de los Pumas, debido a que la Unión Argentina de Rugby de Buenos Aires lo había catalogado como nuevo talento. “Desde las inferiores sobresalía del resto”, cuentan quienes lo conocieron.

En ese entonces, nadie se preguntaba por su familia disfuncional ni por los vínculos, lindantes con la violencia, que hicieron que su madre Rosalía Zárate y su padre, Marcial Javier Thomsen, se separasen cuando Máximo, el menor de dos hermanos, era pequeño. Lo que valía, en su época de oro deportiva, era la ilusión de pegar un salto a primera división que no sólo le aseguraba al adolescente un futuro promisorio sino que también, en el corto plazo, le garantizaba fama de ganador. “Tenía varias noviecitas y se había convertido en la nueva estrella de la ciudad”, cuentan los vecinos. Con esta combinación de fuerza masculina y destreza, Máximo forjó en su tierra su perfil de líder.

Pero no todo fue color de rosa cuando, en el 2017, finalmente aterrizó en las juveniles del Club Atlético San Isidro (CASI), dejando atrás los privilegios de pueblo. “Nunca terminó de integrarse en CASI. En el plantel de su nuevo club ya no era el referente, ni el jugador más fuerte, ni el capitán. Por eso nunca se mudó a San Isidro y siguió viviendo en Zárate para mantener su círculo social”, aseguran en su entorno. El club de San Isidro expulsó a Thomsen cuando ocurrió el crimen de Báez Sosa, el 18 de enero del 2020.

Sin embargo, el entrenamiento para una competencia más rigurosa dejó réditos en Thomsen que serían cruciales para lo que ocurrió tres años después: sus músculos. Ese nuevo físico tuvo otro fin fuera de la cancha. Le servía al joven para ser “invencible” en las peleas callejeras de las que participaba en las madrugadas de Zárate. De hecho, él y sus amigos habían armado un grupo de whatsapp que se llamaba “Los demoledores” y que, en el 2019, dejó a un pibe en el hospital gravemente herido. “Acá todos sabíamos que esa bandita salía a buscar pelea. A veces ni siquiera tomaban alcohol, salían a pelearse”, dice un vecino de la misma edad. Inspiraban miedo y nadie se atrevía a confrontar con ellos.

“Máximo no era el que buscaba pelea, esos eran los Pertossi, pero cada vez que había piñas Máximo se transformaba y no lo podían parar”, explican quienes lo vieron actuar, especialmente, en las afueras del boliche Apsara, de moda en Zárate. Tal era el rigor físico de este grupo que, más de una vez, Thomsen y alguno de sus amigos trabajaron como patovicas del local bailable. Esto quizás explica el testimonio del corpulento guardaespaldas de Le Brique, Alejandro Muñoz, el encargado de sacarlo a Thomsen con una toma de asfixia, cuando dijo que había tenido problemas para reducir al rugbier después de su pelea con Fernando en el interior del boliche.

Muchos se dijo sobre los rugbiers como “hijos del poder” pertenecientes a una elite de Zárate. Sin embargo, la influencia de la familia Thomsen es menor a otras, como la que tiene la familia Pertossi que concentró económicamente la defensa de los acusados. Para solventar sus estudios de educación física en el Instituto de Formación Docente N° 85 de Zárate, Thomsen hacía changas colocando alambrados.

A él y a su hermano Francisco -que vive en el exterior pero regresó al país para acompañar a Máximo en el juicio- los crió su madre sola, que es arquitecta y trabajó en la Municipalidad de Zárate. El matrimonio se disolvió después del nacimiento de Máximo y Marcial se mudó a Campana donde rehizo su vida con otra pareja. “El padre siempre se borró”, cuentan quienes conocen a la familia.

Rosalía Zárate, madre de Thomsen 

El vínculo entre Máximo y Rosalía siempre fue muy estrecho. En su entorno explican que el joven siente culpa ya que en los últimos años a la madre le diagnosticaron un cáncer de mama con el que lidia en la actualidad. Por eso, durante la declaración de Rosalía, fue el único momento en el que Máximo lloró en la audiencia. “Siente que todo lo que le está pasando a la madre es culpa de la amargura que sufre por él”, apuntan fuentes cercanas. Hace tres años, cuando su hijo mató a Báez Sosa, Rosalía renunció a su cargo como secretaria de Obras Públicas de la Municipalidad de Zárate. Un poco por decisión propia, y otro poco empujada por el intendente Osvaldo Cáffaro, debido a la repercusión pública del caso. “Rosalía estaba en política, pero era una empleada más”, le bajan el precio a su cargo.

Ahora ella se recluye en la casa familiar, en un barrio residencial de Zárate de construcciones de clase media, y solo sale a la calle para sus tratamientos médicos y para visitar a su hijo en la cárcel. Algunos afirman que la familia ya no atiende el teléfono fijo y que después de la detención de Máximo desaparecieron del barrio. “No se los vio más”, cuenta un vecino del chalet ubicado frente a la cancha de Defensores Unidos.

La gente de Zárate señala al padre de Máximo, Marciel Thomsen, como quien puede tener un peso más fuerte. No sólo porque afirman que tiene un mejor pasar económico, sino también por vinculaciones pasadas con el poder político. Tiene una tienda de venta de repuestos de autos y motos, pero entre 2007 y 2015 formó parte de Merco Golf SA, una empresa encargada de trabajos de movimientos de suelo y preparación de terrenos. Según dicen en Zárate, esta firma habría sido adjudicataria de gran parte de las obras licitadas por la municipalidad.

Marciel Thomsen, padre de Máximo

“Por acá no se lo había vuelto a ver. Me sorprendí cuando lo vi por televisión”, explican sobre la aparición de Thomsen para acompañar a su hijo en todo el proceso judicial. La primera declaración pública de Marcial fue una semana después del crimen de Fernando y, más allá de la sorpresa de muchos de quienes lo conocían en Zárate, su presencia generó ruido por otros motivos. “Todos estamos pagando por lo que pasó esa noche en Villa Gesell. En mi familia estamos todos muertos”, dijo a los medios convirtiéndose en el primer padre de uno de los acusados en hablar. Luego de eso, Hugo Tomei, el abogado defensor, ordenó un silencio inquebrantable que se mantuvo hasta hoy porque consideró que cualquier opinión pública podía complicar su estrategia de defensa.

En prisión desde hace tres años, Máximo sigue siendo el líder de los detenidos. No pierde sus virtudes del pasado: proliferan varios “club de fans” que en Instagram llenan sus fotos de clics, corazones y palabras románticas. /Noticias

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