El patriotismo se expresa en el más profundo y sincero sentimiento de los argentinos al evocar la figura del general don José de San Martín, al cumplir un nuevo aniversario de su ingreso a la gloria imperecedera, recordando su gesta, su obra y su legado.
Al cumplirse 174 años de su fallecimiento, es un buen momento para seguir conociendo la historia del libertador de América, siendo muchos los datos que aún faltan conocer del creador de los Granaderos a Caballo, como ser su vida en el exilio.
Tras el encuentro de Guayaquil con Simón Bolivar, San Martín regresó a Mendoza en medio de una campaña de desprestigio en su contra, con acusaciones absurdas hacia su persona, muchas fogoneadas por Bernardino Rivadavia, su principal rival.
Luego de fallecer su esposa, Remedios de Escalada, San Martín resolvió asumir el cuidado de su hija de entonces 7 años, Mercedes y partir rumbo a Europa. Al llegar al viejo continente estuvo por Francia, Londres, Escocia, asentándose primeramente en Bruselas.
Caído Rivadavia y comenzada la guerra con Brasil, San Martín intentó volver al país pero, cuando llegó a Rio de Janeiro en 1829, se enteró que Lavalle había fusilado a Dorrego. Dolido por esta noticia, decidió no desembarcar y regresar a Europa, instalándose en 1830 en Francia.
En su exilio se hizo amigo del banquero Alejandro Aguado, quien le hizo conocer a personalidades de la época, como el novelista Victor Hugo, o el compositor italiano Giochino Rossini, creador de la ópera “el Barbero de Sevilla”, por ejemplo. También recibió las visitas de Juan Bautista Alberdi y Domingo Sarmiento, por ejemplo.
San Martín tenía una rutina: por las mañanas se dedicaba a la jardinería o a su taller de carpintería, donde creó las casas para las muñecas de sus dos nietas, su gran alegría en su vejez. A la tarde daba paseos y a la noche se dedicaba a la lectura, principalmente a libros de filosofía del siglo XVIII. Tomaba café o té usando el mate y lo bebía con la bombilla. También jugaba con su perro a quien le enseñaba trucos y destrezas.
Los últimos años de su vida serán en Boulogne-Sur-Mer, ya ciego tras una operación fallida por sus cataratas. La muerte lo encontró el 17 de agosto de 1850, pero recién en 1880 sus restos llegaron a Argentina para ser depositados en una capilla extra muros de la Catedral de Buenos Aires. Su ataúd debió ser colocado casi de pie, al calcularse mal el receptáculo para el féretro.