Argentina: con sus demonios y sin poderes

Como cada fin de año, al desborde anímico cuasi natural que padecemos como habitantes de un país que asocia diciembre con caos, desborde, y eclosión social, le sumamos nuestro toque de masoquismo extremista, tan extraño como incomprensible para el mundo.

Opinión09/12/2018
violencia en el futbol
violencia en el futbol

Entre instantáneas de un clásico Boca- River fiel a sí mismo, liberado como el espacio donde la barbarie mostró su cara local: la devolución de carpetazos judiciales, del escupitajo en la oreja, sin filtro ni consideración alguna, emerge el demonio de los barrabravas, las mafias circundantes y la inconmensurable red de vínculos que culminan en la eterna repetición de lo mismo. Sin quorum, libres, en aviones privados, guiñándole el ojo a la impunidad. El fútbol para todos atiborró primeras planas, llenó espacios televisivos de vacuidad analítica, en un juego perverso que disfruta alentar la estupidez y el desparpajo con el que salimos a cazar responsables.

Atacantes justificando lo injustificable, jueces en guerra con la ley vigente que permiten convertir el cuerpo de un niño en un campo de batalla con alambres de bengalas, fuerzas de seguridad culpables por acción y omisión, portazos de funcionarios, y colectivos disfrutando el espectáculo de destrucción, dan cuenta de una historia que nació del justificacionismo de la violencia como medio y fin. El disfrute del padecimiento y el desconsuelo ajeno cobran una especie de legalidad, una realidad cuyo núcleo no se discute en ese ficticio evitar caer de uno u otro lado de la montaña del odio.  Gataflorismo sin igual, gritando consignas contra un G20 demoníaco, pareciera que el dedo que tapa el sol no es otro que el capitalismo salvaje con su innata perversidad. Imaginario tan fútil como infantil que solo inmortaliza la ceguera, pues nadie parece ser el hacedor de los demonios que se cuelan en la cotidianeidad. 

Reducidos al estado de animalidad, de instintos que no saben de pactos sociales de convivencia, la calle y el discurso que la crea, estallan los sentidos del “matar o morir”, metafórico en el mejor de los casos. A falta de motines, represalias y virulencia, un histórico sismo se erigió en el perfecto justiciero, replica del enojo de algún Dios, que vino a demostrar que el orden y la civilización no están en nuestro ADN. La coherencia nunca fue un obstáculo para ciertos sectores que se revuelcan de un ismo a otro sin entender muy bien el por qué, aunque orgullosos del sentido oposicional que se agota en la acción misma de contrariar. Poco importan los avances políticos que conllevan que un país como el nuestro no solo forme parte de un Grupo al que, por definición, no deberíamos pertenecer,  sino que fuese sede de la reunión anual. Qué decir de acuerdos que involucran a todo el arco político e ideológico presente en ellos, o la capacidad de mediar y lograr una tregua comercial entre EEUU y China. Presas de la violencia dicotómica, las críticas caricaturescas coqueteaban con una visión arcaica de la política internacional, aquella que quedó sepultada bajo el muro de Berlín, que habla de posiciones irreconciliables que perecen en un “o” desechando, por quimérico, el inclusivo “y”. Hablaron de pausa, de impase, como si nada de lo que ocurría tuviera vínculo con aquellas preguntas que lanzaban a diestra y siniestra: ¿Cuándo se va a recuperar la economía? ¿Cuál será el techo del dólar?, ¿Qué pasará con el desempleo, y la pobreza cero? La incapacidad de encontrar el menor indicio relacional alcanzó su punto culmine en la satirización de la emoción del Presidente, sensacionalismo que nos privó de enorgullecernos de los miles de argentinos que estuvieron detrás de cada detalle que nos hizo brillar. Creídos de poner en jaque la investidura presidencial, los ridículos de turno pisotearon aquello que las grandes naciones defienden sin importar quien las gobierne: el orgullo del ser nacional.

Argentina cambalache, adoramos mezclar la Biblia con el calefón, y mientras nos regocijamos de la auto condena a muerte, reflotamos el demonio del gatillo fácil, agarrándolo de los pelos para traerlo a colación de una reglamentación que pocos leyeron, mejor no ahondar en cuantos la entendieron. La nube negra del fascismo volvió a filtrarse en la discursividad de quienes parecen no entender el peso de las palabras, y gustan poner en jaque los derechos del pueblo en pos de sumar porotitos en la nunca bien ponderada campaña. Sin poder legislativo que hable con conocimiento y argumentos, ni poder judicial que deje de girar como las puertas de las comisarías y las cárceles al ritmo de la corruptela y el relato de turno, los argentinos de bien, aquellos que desde el lugar que están piensan en construir, y añoran con ver resurgir el país que heredarán sus hijos y nietos, seguimos viendo inclinar la balanza de la justicia hacia un garantismo que habla de valores dispares de la vida. Parece que por políticamente incorrecto, no hay discurso que salga al cruce de semejante sinrazón. Mientras seguimos como espectadores la lucha en el barro político, somos presas de nuestros demonios, esos que gustamos crear cuando el irracionalismo gana la pulseada y a los que luego somos incapaces de desterrar. Hace tiempo que dejamos de dar la voz de alto, es tiempo de que nos hagamos cargo.

 Por Lic. María Florencia Barcos para InformateSalta

 

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