En el circuito legal, existen distintos tipos de comerciantes. Al que recibe contenedores del exterior, se lo denomina "importador".
El que fabrica un producto y lo envía a otros países es el «exportador». Luego está el «mayorista»: por lo general, les compra a los fabricantes o productores y revende a los minoristas, que suelen ser los dueños de tiendas y que, a la vez, le ponen el precio final al producto que terminará comprando el consumidor.
También hay «comerciantes del rubro electrónico» (se limitan a vender vía Internet), vendedores ambulantes y distribuidores «de marca», que en ciertos casos pueden tener la exclusividad de un producto, para su comercialización.
En Rosario, provincia de Santa Fe, el circuito del narcotráfico tiene sus propios tipos de comerciantes. La actividad es la misma (compraventa y distribución): lo único distinto es que el producto es ilegal, y que los comerciantes pueden terminar presos. O muertos.
Comercio narco en Rosario
En 2020 se registraron 212 homicidios (en el 78%, los agresores usaron armas de fuego). Un trabajo del Observatorio de Seguridad Pública (OSP) de Santa Fe precisó que del total del asesinatos ocurridos en Rosario, el 47,2% estuvo motivado en conflictos de la «economía ilegal y organizaciones criminales» relacionadas a disputas por el narcotráfico.
En el mundo narco rosarino, el «exportador» sería el que saca, por intermedio de los puertos de la ciudad, cientos o miles de kilos de cocaína. Los destinos más comunes son Estados Unidos y Europa. En cambio, el «importador» es el que tiene los contactos con los productores bolivianos y paraguayos, que solo aceptan clientes mayoristas (3 mil kilos en adelante). Ellos mismos se encargan del cruce de fronteras y del traslado hasta Rosario. Siempre al por mayor, un kilo de marihuana puede comprarse a 21 mil pesos. Y uno de cocaína, a 4.600 dólares.
Con la droga, o el producto, en la ciudad, el circuito continúa como el de un negocio normal: el mayorista recibe los pedidos de los distribuidores, les vende, y luego es imposible saber por cuántas manos pasa hasta llegar al minorista, al que en la jerga se lo denomina «transa», y que le vende directamente al consumidor.
«Si el que exporta es el 1 y el que menudea en los barrios populares es el 10, te diría que casi todas las muertes de la ciudad son por el escalafón 10«, le cuenta a Clarín un comerciante mayorista de marihuana, vecino de la ciudad, en un bar de la avenida Pellegrini. Y sigue: «Hoy en día, una de cada diez muertes son por conflictos de territorio. El resto de los homicidios son por cuestiones que tienen que ver con el tipo de perfil del que vende al menudeo».
En otro bar de la misma avenida y de la misma zona de la ciudad, un comisario sostiene la teoría: «Esta semana hubo seis homicidios en menos de 24 horas. De los seis, solo uno fue ordenado por una banda. En el resto estuvieron involucrados pibitos que trabajan solos, o que pertenecen a grupitos de cinco chicos jóvenes. El problema es que no hay control sobre ellos. Ni policial, ni jerárquico. No quedan estructuras narcocriminales grandes».
Pagar la prote
«¿Sabés cuándo se empezó a pudrir todo?», pregunta y responde solo el comisario: «El día que mataron al ‘Pájaro’. Ese tipo era un visionario; tenía mente empresarial. Hacía respetar, hacía escuela para que los demás tuvieran conducta. Los más pibes no hacían nada porque sabían a lo que se exponían. Hoy hacen lo que quieren».
«El Pájaro» era Claudio Cantero (29), líder de Los Monos, la organización criminal más grande de la ciudad. Lo mataron a balazos el 26 de mayo de 2013 frente al boliche Infinity Night, en Villa Gobernador Gálvez. El acusado de instigar el crimen fue Luis Orlando “Pollo” Bassi (36), pero en el juicio lo absolvieron.
Las estadísticas le dan la razón al policía. En 2004, por ejemplo, se contabilizaron 75 homicidios. En 2012, 158. En 2013, 225. Recién en 2015 habría menos de 200 casos anuales: 154. En 2020, y a pesar de la pandemia, los asesinatos fueron 212.
A los crímenes se les deben sumar los ataques a tiros a frentes de viviendas. Son tan comunes que en 2020 se creó una «Unidad Fiscal de Balaceras«. Según pudo saber Clarín, en un día caliente se pueden registrar entre doce y quince casos.
El perfil de los atacantes es otra vez el mismo: «Se trata de disputas entre grupos no robustos en su diseño, organización y economía. Pibes precarizados y desprofesionales que tiran y muchas veces le erran al objetivo. Pueden cobrar 3 mil o 5 mil pesos por un ataque a tiros. La reputación es más importante que el dinero. Existe la idea de que ser ‘tira tiro‘ y ser malo te suma prestigio en el entorno», cuenta Jorge Sánchez, fiscal regional.
El prestigio al que se refiere no solo se busca, o se obtiene, en ataques por cuestiones narco. Hay tiroteos, ataques y muertes por cuestiones absurdas. Como mirar mal a alguien, o meterse con la pareja de otro, o por una deuda por la venta de una moto, o por discusiones sobre quién vende más droga.
«Investigando nos encontramos hasta con un ataque a tiros de un hombre a la casa de su pareja. Y la mujer le dijo por teléfono: ‘Gordo, me levantaste a los tiros. ¿Cómo me vas a despertar así?‘», detallan en la Fiscalía.
El poder, entre cuatro bandas
En Rosario existan al menos cuatro grandes organizaciones. La primera es la más conocida: Los Monos, cuyo líder es Ariel «Guille» Cantero (33), quien suma condenas por más de 60 años y está preso en el Complejo Federal II de Marcos Paz.
La segunda, siempre en orden de estructura, también es liderada por un preso de Marcos Paz: Esteban Lindor Alvarado (49). En el tercer puesto se encuentra una banda ligada a los miembros de la cúpula de la barra brava de Rosario Central. La última es la de los Úngaro-Funes. Las cuatro «controlan» sus zonas.
Los Monos se dedican a la extorsión. No venden drogas, pero le cobran a todo el que quiera vender en su zona. Solamente lo hicieron durante un tiempo, pero les resultó más simple y más lucrativo cobrarles a todos los vendedores. Además, brindan el servicio de «cobradores». Los llaman para encargarles cobrar una deuda. A veces, lo hacen por el 30 o 40% de la deuda. Pero si el cliente es amigo o conocido y no tiene una buena posición económica, lo hacen gratis.
Lo mismo haría la organización liderada por los barras de Rosario Central. La modalidad tiene dos términos muy propios en la ciudad. Una es «te cobro la zona«. La otra, «te hice pica«. Y hace referencia al juego de las Escondidas: «Pica» significaría «te descubrí». Pero en el ambiente narco, es que te encontraron vendiendo drogas en el territorio que manejan las dos bandas. Y ahora, para seguir, deberán pagar. Por semana o por mes.
Cuando se le hace «pica» a un vendedor, se le pregunta quién es su distribuidor. Lo van a buscar y lo mismo: si no venía pagándoles, deberá hacerlo. Y a él, lo mismo: le preguntarán quién le vende las drogas e irán en su búsqueda. En los territorios controlados, paga todo el mundo que trafique: desde el mayorista que compra tres mil kilos hasta el que vende dosis de un gramo en una villa. No existe una tarifa fija. Pero un vendedor minorista de un búnker medianamente bien ubicado se le puede llegar a pedir hasta 50 mil pesos semanales.
Los clanes Alvarado y Úngaro-Funes hacen las dos cosas. «Cobran zona» y tienen sus puntos de venta en los que venden las drogas que compran al por mayor. Los cuatro grupos coinciden en una punto: no permiten la venta de pasta base. En algún que otro barrio de Buenos Aires también está prohibida. Pero en Rosario es a nivel ciudad.
En la actualidad no existirían grandes conflictos de territorio entre las cuatro bandas. En la recorrida por una fiscalía y por bares en los que paran un comisario, un narco mayorista y un referente de una de las cuatro grandes organizaciones, la respuesta es la misma. Los conflictos son entre jóvenes que no pertenecen a ninguna banda. A pesar de que se la pasan diciendo «yo vendo para Los Monos» o «trabajo para Alvarado«.
«Fijate lo que pasa en el centro de la ciudad», propone una persona de las cuatro bandas. «Hay pibes que venden un montón de drogas. ¿Y te enteraste de alguna muerte? No, porque son ‘pibes bien’. De otro perfil».
«Todo el mundo dice ser de Los Monos. Pero son pibes que no pueden salir de la marginalidad. Que metiéndose en eso pueden tener una motito, o ven una posibilidad de ascenso social», explica Valeria Haurigot, fiscal de la Unidad Balaceras.
«Lo inventan para pertenecer, para obtener un reconocimiento. Paso lo mismo cuando los nombran en una noticia. Aparecer en los medios de comunicación es fundamental para ellos. Pasan a hacerse llamar tal como los bautiza el noticiero. Entonces hay pibes que cayeron presos por una estafa simple, pero los periodistas titulan ‘El rey de la estafa‘ y se lo creen ellos, y se lo creen los demás. Pasan a tener más gente trabajando para ellos».
La tarifa de los sicarios
«Mirá que yo activo por 15 lucas, amigo«, comenta el narco mayorista que le dicen los sicarios jóvenes de los barrios populares. Los antagonistas son una banda de exonerados de la Policía bonaerense que llegan a Rosario pura y exclusivamente por encargos. Ya sea para matar o para secuestrar al familiar de una persona que debe dinero. El grupo puede llegar a pedir 400 mil o medio millón de pesos por cada muerte.
«En este negocio vas a encontrar todo tipo de personas», aclara la misma persona. Y cita un ejemplo: «Tenés personas que son estafadas por 300 mil pesos en mercadería y prefieren dejarla pasar. Porque tienen familia y saben que si mandan a matar, pueden morir en la revancha». Y también están, enumera, los que todo lo contrario. Los que están dispuestos a mandar un sicario por una deuda de 30 mil pesos.
«Y también te vas a encontrar con personas que venden drogas y ganan 100 mil pesos por semana. Pero te piden que los tengas en cuenta para hacer ‘una changuita‘: matar por 15 mil pesos. Yo no lo entiendo: ganás 400 mil. /Titulares.ar