El dueño de la naranja

El balón naranja picaba sin cesar. Se oía en cada pique, un eco que parecía no tener fin. El balón no dejaba de picar, día y noche. A veces lo picaba un niño muy delgado. Otras veces solamente picaba como si nadie hubiese allí. Un homenaje al más grande.

Opinión14/09/2018
Manu-Ginobili
Manu-Ginobilli

Generalmente botaba en un piso de parqué. Pero el niño tenía semejante obsesión que lo llevaba consigo por doquier. Asfalto, mosaico, tierra, hasta césped. Si, lo hacía picar al balón sobre la hierba.  Luego le fue agregando fintas. Fajas. Por entre las piernas. Un poco mirando a Juan Espil y compañía. Otro poco, pura fantasía personal. Imaginación suprema. Prueba y error. Atrevimiento extremo.

El niño había nacido en la raíz del básquetbol. Si hay algo que tenía Bahía Blanca más allá del viento era básquetbol. En abundancia. Con exageración. Era ser abogado, empleado público o basquetbolista. Era rebelde, atlético, constante, obsesivo. Nunca supo de corbatas ni oficinas.

Las paredes marcadas con lápiz indicando año tras año la medida. Pues sí, es un deporte discriminatorio. La altura es tan o más letal que cualquier condición técnica. El aro siempre alto, en todas las canchas, aquí, en Italia, en la NBA. Adonde hay que depositar ese balón, lo cual suma puntos y provoca alegría o tristeza, de acuerdo a quien suma más, tiene esa gran dificultad que es su lejana distancia desde el suelo. Y habrás nacido con un talento brillante, y correrás mucho y rápido pero si tiendes a ser recortado por herencia o voluntad Divina estarás más en el horno que en la mesa.

Pasaban los años y los hermanos, los amigos crecían día tras día. Emanuel parecía que pintaba para estatura media y todo el daño colateral que eso provocaba. Como pretender ser actor sin ojos claros. Empezó a preocupar pero nunca detener la mente. Soñaba en grande desde muy joven. Siempre delgado. Zurdo. Con mucha apariencia de fragilidad. Vulnerable a primera y última vista.

Hasta que lo vi de repente en la provincia de La Rioja. Que cosa rara me dije. Venirse de la capital del deporte a La Rioja. Un destino exótico a pesar que Andino tenía un plantel sólido. Pero allá fue. Era buscar la profecía fuera de su confort. Jugar, explorar. La naranja ya no picaba por picar. El balón rebotaba firme. El destino era de puro convencimiento. Tenía algo diferente. Una brisa celestial, esa que tienen los elegidos. Los dotados por el supremo. Su pique era diferente. El de todos hacían ecos, pero el de la tenía música. Un sonido particular.

La timidez  es el primer rasgo de mi personalidad. No sé qué me llevo a él. Jugaba el equipo local un partido de la liga nacional. Solo le dije que se acordara de mí, porque iba a hacer historia. Y nada tenía que ver la videncia ni cuestiones de sabiduría. Fue un comentario espontaneo, mas como expresión de deseo que por seguridad. Y me miro como asustado y a la vez deseoso que así fuese. Estaba en el calentamiento y cada tanto me miraba. Desde arriba me miraba, no por arrogancia, sino porque  ya había crecido lo ideal. La última conexión me guiño un ojo, como diciendo: así será.

Nunca más nos vimos en persona. Lo volví a ver por televisión jugando un partido contra Serbia. Había mirado la cámara y le vi los mismos ojos. Era la mirada. Eso era. Este tipo de gente, la transgresora, los rebeldes, los que cambian el mundo, el aire, el suelo, tienen en común la forma de mirar. Son segundos que no pestañean. Atraviesan las fronteras, así como contagian, inhiben.

Mucho después las consecuencias. Una ruta de mucho esfuerzo. Una rareza de analizar en un ser de sumo talento. Avocado totalmente al sacrificio. Modesto. Un perfil bajísimo. Elevada inteligencia emocional. Éxitos rotundos. En la tierra imposible. Jugar al básquet en EE.UU. para un extranjero es un acto heroico, lleno de audacia. Salvaje. Luego triunfar. Después la admiración. Por ende el respeto. Y más éxitos. De repente se le encienden las cámaras y todo lo minimiza. Lo baja a tierra. Solo un basquetbolista se dice. Lindo viaje pronuncia en su final. Se convierte en ciudadano común. Se rebaja y quiere perder toda la altura que añoraba.

Me representa por su compromiso, por sus valores. Aunque no merece ser argentino. Ni el país lo merece. Además que se hizo universal. Un poco italiano, otro americano, otro del mundo. Su cabeza es compleja como la de todo virtuoso pero siempre alineada y firme. Es concreto. Tiene mucho carácter. Sonríe poco. Observa mucho. Tiene timidez y a la vez mucha confianza. Se compite a sí mismo. Se desafía.  Exprimió su cuerpo y su mente al máximo. Gasto todos los créditos de su inmensa pasión. Nos regaló excelencia. Dignidad. Por encima de los logros, me lleno de triples enseñanzas. Evitando el exceso, la arrogancia, la soberbia, la desubicación. No fue necesario presumir, exagerar, engañar. El balón sigue picando. No se detiene. El solo lo observa. Lo toma un niño y empieza a picar. Contagia. Trasciende. Transmite.

Quiere hacer de cuenta que nada paso. Pero pasó todo lo mejor. Quizás desvalorizado en una sociedad indiferente a la belleza. Tal vez minimizado por una masa invocada al fútbol. Pero en nuestra tierra había nacido un niño que picaba la pelota como nadie, que perdía como nadie. Me cuesta buscarle un defecto, una agresión, una indisciplina, un reclamo. En el podio del mejor representante deportivo de nuestra historia. Lo llamativo es que se fue, sin alardes, dejó su actividad, no ejerce pero la naranja sigue con jugo,  picando, retumbando.

Por Nicolás Cortés para InformateSalta

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