“Tanque de guerra“, por Nico Cortes

Los elegidos08/06/2025
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“Bendecidos por la varita mágica del Señor. Dotados de un talento único y universal. Así como dichosos, obligados a ofrecer sus recursos al resto de la humanidad. Estos personajes nacieron con lumbre propia, con un ángel celestial. Dedicados a ciudadanos ilustres, con fuego sagrado en su interior, que vinieron a hacer de nuestro mundo, un sitio mejor…”

Episodio 5: “ Tanque de guerra “, por Nico Cortes 

En una plaza de la ciudad de Guemes se ven tres niños jugar al fútbol con una devoción asombrosa. Los camioneros evitan los semáforos de la ruta y mientras reposan sobre la calle aledaña, observan jugar, sobre todo, a un niño con cuerpo de adulto. 

Lleva consigo una pelota que parece agonizar con los gajos pendiendo de unos hilos y algo de pegamento. Entre piedra y asfalto la lleva llamativamente con el borde exterior del pie izquierdo. Hace pequeños trotes y amaga. Frena y vuelve a repetir la secuencia una y otra vez. Lo curioso es que en cada amague, las estatuas de las plazas se mueven. Los troncos de los árboles se agachan. Las hamacas parecen encogerse. Pasa de largo todo el mundo y Alfredo Anibal González sigue con la pelota en el pie. 

Hubo un despertar mágico. Tan de repente que el atleta, pasó de la niñez a la adultez de un día para el otro. De un campito de tierra, a un estadio con gradas, con público, con dinero en juego. Enfrente estaba San Lorenzo, luego Independiente, River, Boca. El hombre tenía tanto desparpajo que le daba lo mismo el rival, el marcador, el contexto. 

Con físico de rugbista y rostro de músico de rock, “El Tanque” con melenas hasta el hombro, encaraba todo lo que estuviese enfrente. El juego siempre tuvo un ritmo regular, con un ambiente calmo hasta que el balón llega a su cuerpo. De repente baja el “ole, ole, ole”, de la tribuna. “Tanque, tanque, tanque”, es la ovación a ese grupo selecto que pretendía ver esos destellos del fútbol de pueblo. Del barrio. Entre gambetas y amagues, entre picardías y atrevimientos. 

Alejandro Fantino queda enloquecido. Entre envidia y admiración, el relator que se hacía popular siguiendo a Boca Juniors queda perplejo ante un hombre de gran porte que acelera y frena en una baldosa y nadie ni nada puede detener. No sabe si burlarse o elogiarlo. Desiste y busca su amistad. 

Alfredo Anibal vive la gloria y los éxitos de Gimnasia y Tiro y encuentra en el club, su sitio, su hogar. Con debut en Altos Hornos Zapla, y pasos por San Martin, Universitario de Peru termina su carrera con sabor a poco ante la imposibilidad de jugar en equipos de Buenos Aires que alguna vez lo quisieron. Llamarle destino o realidad, Alfredo concluye su actividad profesional en el club de sus amores. Albo hasta las pestañas, se dice. 

Alejado de las luces y el estrellato, sufre golpes de la vida. Pérdidas irreparables sucumben su ser y como si tuviese una esfera en los pies, intenta gambetear a diestra y siniestra. Ante los momentos de crisis, recurre a su pasión. El deporte madre lo rescata, lo revive. 

Entre asados y recuerdos no pierde esa chipa para las anécdotas. Tiene gracia y carisma. Idolatra a Maradona, Evita, Perón. Tiene amigos que le devuelven todo lo que supo dar en el campo. “Toti” Olarte, “Tigre” Amaya, Pedro Guiberguis, “Duende” Saldaño, “Anchi” Fontana, Fabian González, “Panza” Videla, Marcelo Córdova, Federico Apaza, entre tantos, entre miles. 

 Se viste de celeste y blanco por las dudas falte un wing. Trabaja para la provincia en el área de Deportes, con comunidades indígenas. Pero lleva bolso con botines. Por esas cosas, que necesiten un once tirado atrás que arrase contra quien se le cruce. Un tanque sin cabina ni canilleras. Indescifrable, impredecible, inolvidable.

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