Día del Futbolista Salteño en homenaje al “Coya” Gutiérrez, jugó en Boca, ¿pero quien fue?

Los elegidos04/09/2025
coya gutierrez

La Cámara de Diputados de Salta aprobó un proyecto de ley que establece el 27 de diciembre de cada año como el Día del Futbolista Salteño. La fecha recuerda el aniversario del fallecimiento de Daniel Humberto “Coya” Gutiérrez, destacado jugador nacido en Tartagal.

UN COYA EN LA CIUDAD, por *Nico Cortes

Dentro de un cercado de arboleda, aparece un campo rectangular con dos arcos irregulares. El piso del lugar es de tierra. Pequeñas piedras. Medianas. Grandes. Algún trozo de ladrillo, en menor cantidad, vidrio. Residuos sueltos. Parece ser una cancha de futbol. De ocho contra ocho, quizás nueve contra nueve. Para mis primos, para mi tio, para sus amigos, es un estadio.

Hay clima futbolero. Mas alla de los cuarenta grados a la sombra, hay un estusiasmo desbordante previo al picado. Aunque presumo que picado es algo informal, relajado. Ningún partido de futbol, entre hombres, en un potrero argentino será subestimado. Ni tranquilo, ni despojado. Mucho menos en la provincia de Salta. Ni que decir al norte, en la ciudad de Tartagal. Ni hablar si dentro de todos los participantes, esta Daniel Humberto Gutierrez.

“El Coya”. Primo por parte de madre. Hermano por parte del creador. Amigo por conexión a la misma pasión. Pies descalzos. Pantalón corto con tres tiras, azul y amarillo. Camiseta de la Selección Argentina ajustada, un talle menos de lo recomendado, evidencian el paso del tiempo y el cese de la actividad profesional. Lo llamativo es que los niños que se acercan a la cancha, posan sus ojos en él. La gran figura del pueblo. Pero el resto de las miradas. Todas las demás retinas y globos oculares están dirigidos a Humberto “Chuñolique” Gutierrez. El coya padre, dicen los vecinos. El mejor jugador que dio el pueblo tartagalense en su historia. Hasta se animan a decir que lo mejor jamás visto, apenas por debajo de Diego. La sorpresa no es mayor cuando al “Coya padre” se lo ve caminar. Porta unos gemelos de excepción. Los cuádriceps toman el doble de tamaño con un simple expirar. En el trote queda expuesto que juega a la pelota desde la cuna.

Ambos son deslumbrantes. Inclusive Manuel, de una zurda de deleite. Fisicamente imponentes. Dentro de toda cualidad futbolística hay inmersos en ellos una sonrisa rotunda y natural. Tienen sangre indígena, aborigen, mezclada con carioca, guaraní. Son la fusión de etnias de la zona con lo mejor del mas allá. Hay algo de Brasil, de Paraguay, de Argentina. Podrían ser la representación perfecta de Ciudad del Este. Pero son nuestros. Argentinos. Salteños. Tienen modestia, humildad, carisma. Generosidad. A la fama la gambetean como a conos de entrenamiento. Los amigos del campeón no parecen existir. O si, existen. Tal vez en el medio de la algarabía, quizás en el medio del jolgorio, pero no los reconozco, ni les presto atención. 

En un cerrar de ojos estamos sentados en la misma mesa de la casa familiar. Thelma es mi tia, madre de Dani y mujer del “Chuño”, sirve unas humitas de ensueño. Hay tamales y empanadas pero la especialidad de la casa, viene con choclo. El almuerzo es el mas convocante que presencié, en vida. Con decir que la mesa sale hasta la vereda y se choca con árboles de palta y mango. A la sombra siguen haciendo cuarenta grados pero es tanto el placer de escuchar anécdotas, compartir la comida y disfrutar del encuentro, que todo es armonía. Hrabina, Graciani, Giuntini, se despiden en su visita fugaz. Es enero de 1990 y el plantel de Boca retoma la actividad.

 ”El Coya”, en los saludos emotivos parece encontrar una sensibilidad desconocida. Percibe el golpe de ya no estar en el escenario mayor. Enmudece y mira el suelo como resignándose a dejar profesionalmente su pasión. En silencio deja la mesa y se aisla en la galería.

A los pocos minutos se dirige a la habitación que su madre le tiene designada. Entra en nostalgia. Se apodera de si un abismo de soledad a pesar de la concurrencia. Es un síntoma. Es el síndrome del futbolista que esta dejando la profesión. La tristeza de saber que no hay mas adrenalina ,ni luces, ni ansiedad. Pareciera ser que se apaga un fuego que nunca mas encenderá y que ni siquiera cenizas tenga como para recordar.

Esa ausencia puede que se haya hecho angustia. La angustia enfermedad. Sus últimos destellos se esfuman por “El Gallo” de Morón. En el comedor principal de su casa en Tartagal, quedan las insignias de su gran aporte futbolístico. Hay banderines, medallas, trofeos. Camisetas de Juventud Unida de Tartagal, Atlético Ledesma, San Martin de Tucuman, Boca Juniors, Velez Sarfield, Selección Argentina. Gorras. Algunas camperas, buzos, pantalones. Unos botines colgados con algo de barro.

Las luces del hogar se apagan ni bien llega el atardecer. Siente dolores y molestias abdominales cada vez mas constantes e intensas. Es un toro vulnerable, mi coya. Perdió el deseo de la gambeta, la pared y el bombazo cruzado. Ya no hay hambre ni sed. Se recuesta mirando la foto de sus padres, sus hermanos. Una pelota de trapo en sus pies. Dice adiós como vino al mundo. En silencio, sin brillos, ni alardes. Sin lujos, ni ostentación. Coya de ciudad, en el monte y en la ciudad de la furia, la misma pasión. Coya, fuera de serie, de inmenso corazón. (QEPD.1961-1998)

( Un texto dedicado a Daniel Humberto “Coya” Gutierrez. Primo de sangre, amigo de corazón. En su memoria, vinculado al día de su fallecimiento se proyecta para ley, el día del futbolista salteño. Junto a él, acompañan su nombre, personajes como Tito Cancino, Pablo Cardenas, José Luis Varela, Eduardo Cortes, Cristian Zurita.)

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