



“Esos sitios de ensueños. Con pizcas de místicos e inolvidables. Con energías renovables que te abrazan y te traen de regreso a los momentos felices. Hay recintos tan especiales que hacen de un simple lugar, un hogar.”
Es un poco de infancia y de nostalgia. Golpear la pelota con la pared. Dar pases con el cordón. La vereda fue para tantos ese patio glorioso, que muchas veces fue parque, fue estadio, fue playroom, dirían los actuales bilingües. Tengo todos los recuerdos placenteros de las veredas, salvo de esas caídas que perforaban rodillas e implicaban nuevas cocidas de parches en los pantalones de educación física y algún que otro cintarazo paternal.

Sigo caminando por senderos buscando ese goce. Calle Gurruchaga llegando a esquina Mitre. Ciudad de Salta. Casona de ladrillos a la vista. Techos altos. Un patio. Banqueta. Mesita. Silla. Ventanal. Pan caliente. Café. Jarrito Café. El tiempo parece detenerse cuando muchas cosas ingresan en la mente por medio de los sentidos. Se activan zonas sensoriales en el cuerpo que hacen tirar el ancla en ese momento y en ese lugar indicado. Cómo si fuese la zona determinada, necesaria, imprescindible para al menos, entrar en boxes.
Todo tiene armonía. Los colores. El diseño. El minimalismo. Los productos. La atención. El formato. Hay café peruano de especialidad. También inéditos como boliviano, colombiano, ecuatoriano, mexicano. Hay infusiones varias. La panadería es suprema. Alfajores de la casa presumen ser una insignia.
Juan Escoda y Abel Cornejo son los anfitriones de un lugar de privilegio. Casa rústica, renovada con estilo sobrio y buen gusto. En la cocina, el maestro Marcos Rodriguez dirige todas las delicias al detalle. Cocinero especializado en panadería y pastelería. Croissant. Medialunas. Panes franceses. José Chocobar es el experto barista que hace malabares con las bebidas frias y calientes. Milagros, madre de Juan, colabora y supervisa con su mirada perfeccionista y femenina.

Es un equipo de profesionales, de apasionados, de carismáticos. El proyecto comienza a fuego lento. Luego de un año de restauraciones, empieza a tomar color. Se da forma a un espacio diferente. Presiento con el poder de mi intuición que que será una marca registrada. En la marcha se pulen detalles pero el corazón del recinto está intacto. Late por todas las corrientes. Fluye como agua pura de montaña. Entre cerros, un grupo de inquietos jóvenes salteños emprenden un sueño. Es una decisión apoyarlos. Es imperativo acudir a su espacio.

Siento gratitud por sus almas nobles. Por asumir los riesgos y brindarse a la apuesta. Promover calidad y elevar la vara. De por si la gastronomía tiene esa pizca de ingratitud. Ese trabajo silencioso y arduo poco reconocido. Estoy allí para retrucar. Al menos con letras hechas palabras. Darles ese aliento positivo. Optimista. Una esquina más de Salta para alegrar corazones. Para satisfacer pasiones. Para hacer del mundo, un lugar mejor, con calor humano, con fervor…






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