



“Esos sitios de ensueños. Con pizcas de místicos e inolvidables. Con energías saludables que te abrazan y te traen de vuelta. Hay recintos tan especiales que hacen de un simple lugar, un hogar.”
Me siento una y otra vez. Muchas veces en el mismo lugar. Abajo, al lado de la barra. Otras veces arriba, por alguna esquina. En todo momento siento calidez.
Me rodean libros y me acompaña una melodía que me permite tanto leer cómo escribir o simplemente mirar los cerros. Puede que uno o los tres cerritos. Zona de privilegio de la ciudad de Salta. Hay movimiento comercial inserto en una zona residencial. Con espacios verdes. Deportistas al aire libre. Animales que pasean y niños que juegan.
Filipo Café Resto Bar, puede que sea su nombre comercial. Para mi como para muchos clientes, es un sitio de referencia, con nombre personal. Una oficina. Un consultorio. Una mesa de negocios. Un living con amigos. Hay gastronomía de la buena y atención suprema. Y no es menor la calidez en esa recepción. Es cercana. Es cordial, equilibrada. Es amable y natural.
En las mesas lideran Hector y Daniel. En la barra Alejandra y Joaquin. Me resultan familia dentro de un circuito que no cesa y los fin de semanas parece explotar. Entra y sale gente de manera asidua. Es constante el movimiento y todo se sincroniza de manera tan correcta que parece un artefacto alemán. O suizo.
Los libros son un componente especial. Me siento imparcial al hablar de un recinto que tiene el mejor de los juguetes. El más grande de los entretenimientos. El acceso más próximo al mundo y es tan cercano, que por momentos parece ignorado. También está el periódico del día. Por supuesto que prosigue la atención con rostros de bondad. El agua y la soda es ilimitada las veces que quieras para el cliente, para el peatón y para la mascota.
Es que muchas veces, los seres vivos necesitamos ese afecto desconocido. De personas y lugares. Hay días en que no nos encontramos ni siquiera en nuestro propio lugar y recurrimos a ladrillos ajenos. Algo de hierro y madera, con chapas que nos abracen. Esa palabra de ánimo de un espacio, que nos hagan sentir que vale la pena y la tristeza seguir viviendo.

Escribo en solitario porque indago sobre la soledad. La vivo, la persigo. Estoy solo en un café que me da un vestido. Me abriga, me cobija. Siento esa compañía que te habla en silencio. Que te escucha sin preguntas. Que te junta las migas que se te caen por el lodo. Que te cicatriza las heridas que se ven y no se ven.
Puede que desayune o meriende. Almuerce o cene. Si fuera por mi voluntad, me quedo a vivir. Repito. Libros, comidas. Afecto. Energías de las buenas. Me imagino una reposera, mi hogar. Quizás aguarde por ese yogur griego con frutas o granola, siendo exigente. Se que me darán el gusto. Nos darán el placer. Todo lo demás un deleite. La carta en sí, es suprema.
Hablo en excesos y me incomoda. Hay un poco de gula y avaricia. La soberbia humana me contradice el alma y necesito compartir. Tengo la necesidad biológica de dar. Los invito, ya sea un café, un jugo, un pedazo de pan. A quien no tenga o no pueda. Quien padezca esa carencia monetaria, hay una mesa disponible, con el costo cubierto de mi parte. Con profunda devoción y convicción. Saldrán de ese habitáculo con la panza llena y el corazón latiendo de satisfacción humana.
No es bondad. Es algo interno. Absoluto. Permanente. Es corriente circular que hace que mi mente y mi cuerpo estén pendientes del otro. De vos. De todos. Cómo este lugar. Te sientas y de repente, como algo mágico, milagroso, alguien aparece para atenderte. Servirte. Darte. Ofrecerte. Más que alimentos. Más que momentos. Filipo. Mucho más.






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