En el día del animal, una reflexión sobre nuestro comportamiento con ellos

A lo largo y ancho de nuestro territorio, se celebra hoy el Día del Animal, en conmemoración a la vida y obra del doctor Ignacio Lucas Albarracín, fallecido el 29 de abril de 1926. Análisis de nuestro comportamiento con quienes cohabitamos este planeta.

Sociedad 29/04/2017

Nacido en Córdoba el 31 de julio de 1850, egresó con el título de doctor en jurisprudencia de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires el 1 de mayo de 1873, cuando aún no existía la Capital Federal. Secretario personal de Sarmiento, lo que resultó en una profunda amistad, pronto encontró el que fuera el objetivo de su vida y por el que luchó hasta su muerte: la necesidad de defender a todos los animales, entendiendo que aún aceptando su inferioridad con respecto al hombre no había necesidad de martirizarlos, castigarlos o gozar de su dolor.

 Albarracín, inició su cruzada contra prácticas de maltrato animal habituales por aquellos años, muchas de las cuales, pese a las reyertas libradas en su contra, llegan hasta nuestros días. La doma de potros, la riña de gallos, las corridas de toros, la crueldad en la matanza para faenar animales, el tiro a la paloma, son solo algunas de ellas. Luchador incansable contra la maldad cinegética, condenó la ruindad de los zoológicos pues entendía que privan de la libertad a las aves, llevan a la degeneración del impulso natural de los felinos, y a la alienación total de las diferentes especies de sus entornos de origen.

 Fundador, de la Sociedad Argentina Protectora de los Animales, no sólo se constituyó en un arquetipo legendario y un símbolo de la defensa de los animales, sino también, al igual que muchos de los personajes que han marcado un hito en la historia, fue objeto de la caricatura, el sarcasmo y hasta la burla de los que nunca alcanzaron a comprender el sentido de su sentir y pensar.  Propulsor de la ley de protección a los animales, sancionada en 1891, se convirtió además en un pionero en materia jurídica, pues aquella se erigió como el primer antecedente legal en el mundo.

Víctimas del hombre

Habiendo transcurrido más de un siglo de aquellas primeras cruzadas, este día y el recuerdo de quien le otorgara un lugar especial en el calendario, no puede más que llevarnos a reafirmar que ningún espacio es inútil cuando se trata de defender la vida de los animales. Vivimos una época indolente en la que ellos, acaso como nunca antes, son víctimas del poderío de los hombres. Una interminable cadena de sufrimientos, materializada en las rutinas que conforman el quehacer de las industrias de la alimentación humana, la cosmética y los medicamentos; aparece en el imaginario colectivo como lo invisible e indecible. En algunos casos, el distanciamiento tranquilizador, la frialdad ante el sufrimiento, puede surgir de la ignorancia; pero en la era 2.0, resulta cuanto menos inverosímil, cualquier alegato basado en el desconocimiento. La solidaridad de quienes como Albarracín, ponen por sobre las diferencias la igualdad del respeto por la vida, basta para que, con inusitada rapidez, se acceda a las imágenes de su aniquilación sistemática. Las redes sociales están atestadas de imágenes que gritan desde el silencio la atrocidad de una humanidad que se pierde a sí misma en cada acto de objetivación, de conversión de la vida animal en un medio para fines obscenos, declarados o no.

Víctimas de nuestro egoísmo, sadismo y crueldad, el ataque a los animales, es una de las tantas caras de la ruptura de aquella unidad primigenia que el hombre tenía con la naturaleza, con el mundo que habita. Dicen que Pitágoras, el maestro de la música y los números, no los comía porque veía en ellos la encarnación de amigos del pasado. Hay un episodio de Pitágoras, referido por algunas fuentes apócrifas que cuenta cómo en un cruce de caminos apalean a un cachorro, y Pitágoras cree escuchar en los aullidos la voz de un amigo extraviado en la cadena extensa de la transmigración de las almas. Diógenes Laercio, a quien se debe una de las pocas biografías pitagóricas, desconfiaba de la sabiduría del sabio consistente en decir que comer carne era un crimen y al mismo tiempo dejaba que los otros lo hicieran. Pero esta creencia no es del todo caduca. En cierta medida, es la que han retomado para sí numerosos vegetarianos de hoy.

Algo parecido dice Zenón de Brujas, el protagonista de Opus Nigrum, (1968) la novela de Marguerite Yourcenar. En medio del siglo XVI, Zenón actúa como una conciencia libertaria de la literatura. Médico, filósofo y alquimista, pone en tela de juicio todos los establecimientos de su tiempo intransigente: el eclesiástico, el filosófico, el médico, el político y, claro está, el alimenticio. En algún momento de su periplo temerario dice: “Me niego a digerir agonías”. Yourcenar, en realidad, fue una militante activa de la defensa de los animales y en varios de sus ensayos que conforman el libro El tiempo, gran escultor (1990) resuena una voz sentida por las maneras que usa el hombre para aniquilar sus presas.

Trátese de los animales que son perseguidos por sus pieles, o de aquellos que poseen una carne exquisita, Yourcenar protesta contra ese dolor obsceno que se inflige a vacas, caballos, focas, gansos, gallinas, cerdos y conejos. Hasta tal punto llega la escritora belga que, en su ensayo “Quién sabe si el alma de las bestias va abajo”, reclama una declaración de los derechos de los animales. Y pronuncia estas palabras: “Seamos subversivos, rebelémonos contra la ignorancia, la indiferencia, la crueldad que, de otra parte, no se ejercen tan a menudo contra el hombre solo porque ellas se cometen diariamente contra los animales”.

Respeto Vs. Maltrato

Alejados del mundo en el que vivimos, con el creciente distanciamiento de la naturaleza, es lógico pensar que si  los niños de la ciudad no han visto nunca una vaca ni un cordero; cómo harán para amarlo; no ama al animal al que jamás tuvo ocasión de acercarse y al que nunca ha acariciado. Del mismo modo, los abrigos de pieles presentados con cuidados exquisitos en los escaparates de las grandes peleterías parecen estar a cien leguas de la foca derribada a palos sobre el banco de hielo, o del mapache cogido en una trampa y carcomiendo una pata para tratar de recobrar su libertad.

La mujer que se maquilla no sabe que sus cosméticos han sido probados en conejos o cobayas que han muerto sacrificados o se han quedado ciegos. La inconsciencia y, consecuentemente, la tranquilidad de conciencia, del comprador o de la compradora es total. Una civilización que se aleja cada vez más de la realidad produce cada vez más víctimas, ella misma.

El mal, en sus transmutadas e incalculables caras, se cuela por los intersticios de los vínculos del hombre con lo otro y los otros. La violencia emerge como el principal síntoma de una modernidad sorda a las advertencias de las extinciones, cambios climáticos, y demás fisuras de un planeta convertido cada vez más en menos habitable. El mejor remedio, las más barata y simple cosmética, nuestro mejor alimento, está allí, al alcance de todos, en la coexistencia respetuosa, en el uso moderado, en la acción y efecto de reciclar nuestra humanidad, en un intento por crear una cultura del respeto y sensibilidad, en la cual afortunadamente cada vez más gente intenta en la medida de sus posibilidades, hacer de este mundo un sitio más justo para todos.

Por Lic. Ma. Florencia Barcos. Exclusivo para InformateSalta

Te puede interesar
Lo más visto

Recibí en tu mail los títulos de cada día