Caprichos de Salta: "La tormenta"

Salta está lleno de caprichos, todos ellos recorren cada uno de los rincones de nuestra ciudad para algunos de manera inadvertida y para otros no. No te pierdas la novena entrega de la ficción de InformateSalta.

Cultura17/08/2017

En ocasiones no es aconsejable pensar demasiado las cosas. Ser sorprendido en nuestra fragilidad y/o  estupidez nos obliga a decidir con prontitud para salvar el pellejo. La sagacidad, el reflejo, la maña son un salvoconducto a la tranquilidad que proporciona la falta de peligro y la  improductiva felicidad edénica.

Ni el análisis obsesivo, ni la picardía orillera son mi estilo a la hora de enfrentar una eventual embestida del caos. Para enfrentar una tormenta hay que ser como la tormenta: implacable. Hay que sentir y actuar como ella. Nadie puede huir de una tormenta; uno puede buscar refugio y regocijarse en la propia cálida cobardía, pero eso es una derrota triste… una derrota más penosa que quedar en cualquier esquina del sur de la ciudad, con el agua hasta el pecho, luchando contra la correntada y con la mirada llena de odio clavada en el cielo para lanzar una estruendosa puteada desafiante que clama venganza: “¡Lluvia la puta que te re mil parió!!!”.

Claro está, el representante del cielo hostil que propicia el caos en la ciudad es el Intendente. Él no lo sabe pero ¡Que importa!… hay que putearlo igual… llamar a una radio cualquiera y exagerar la situación diciendo que “si mi estatura fuese de un metro y medio, ahora estaría muerto viajando por el Arenales hasta mi última morada: El Cabra Corral”.

La tormenta me deja cautivo en un café, que no voy a precisar en datos por una cuestión de seguridad; lo cierto es que mi lucha con el clima no es prioritaria; si lo es, la tormenta interna. Mi vida normal, común y corriente se va transformando en una opaca simulación de mis intereses reales… una vida mágica, una realidad paralela de un valor que no alcanzo a medir con éxito.  Mi reflexión es como una plegaria. La voz del ciego Jorge surge de repente:

-Siryab, dejá de apuñalarte con la cucharilla del café. No se puede escapar de la locura. No se puede porque la locura borra los límites. Nadie encuentra la frontera jamás. Vos  ahora sos parte de esto. El secretario que registra y cuida el valiosísimo historial de miserias y vergüenzas salteñas.

-Yo no elegí esto.

-¡No seas pava! Chango, vos me seguiste… me buscaste. Te gustó la historia y te enamoraste…saliste de tu vida sin sentido para ser la aventura misma. De cagatinta a protagonista. Vení… seguime.

Salimos del café, ya no llueve. Las veredas ya no tienen agua pero las calles son canales torrentosos. Llegamos hasta una casa vieja en cuyo umbral hay  un hombre anciano sentado vendiendo paraguas. Se hacen un gesto con la cabeza y me lo presenta:

-Siryab, le presento al señor Sequeyra. Él es un hombre muy viejo. Ni siquiera se acuerda cuantos años tiene.  Es el hijo de la mujer que escapó de El Esteco, la ciudad que desapareció a causa de su estilo de vida pecaminoso; Esa mujer, que al salir de la ciudad no hizo caso de la advertencia de no voltearse  a ver la destrucción, se convirtió en piedra… ¿Curiosidad o nostalgia?… quién sabe... Él espera  a su madre desde hace mucho tiempo… dicen.

-Conozco la historia, dicen que la mujer camina un paso por año y cuando llegue a Salta, la ciudad caerá en desgracia.

-Vea, Siryab, la única desgracia es la esperanza...que es “esperar hasta que se haga muy tarde para cualquier intento”. Dejar las cosas en manos de la tormenta es peligroso. Quién espera a que deje de llover  o no sale por miedo a que llueva  deja de vivir el presente…  y cuando usted deja de vivir el presente para esperar el futuro  o  aquerenciarse  en el pasado… la desgracia ya ha llegado a su vida.

Miro a Sequeyra y me conmueve su mirada muerta, seca. Me ofrece un paraguas… le digo que no… yo siempre he elegido mojarme, donde sea y como sea. Yo soy la tormenta, lo de afuera es agüita y viento nada más.

 

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